Este
verano, paseando por el típico “mercadillo hippy” que suelen aprovechar la
avalancha de turistas que visitan la costa, encontré en uno de los puestos algo
que llevaba tiempo sin ver: un caleidoscopio.
Observe
que la mayoría de la gente no hacía caso a este juguete y prefería pararse ante
otros mecanismos que, gracias a cualquier tipo de energía, iban desarrollando
diferentes formas.
Estoy
segura que cualquiera de vosotros ha tenido alguna vez un caleidoscopio entre
sus manos, e incluso, alguien habrá por ahí que, en las divertidas y esperadas
clases de “trabajos manuales” del colegio, confeccionara uno casero utilizando
un tubo de papel higiénico.
No
pude evitar coger uno de ellos y observar como con un movimiento tan fácil, la
imagen cambiaba de tono, de composición, sin llevar un ritmo predecible y sin
poder volver, aunque quisiera, a la figura que había visto unos segundos antes.
Hace
unos días, y como casi siempre, hablando con una persona sobre cualquier tema,
buscaba la forma de hacerle ver una cosa, y, me acorde de este artilugio.
Suponed
que el caleidoscopio es nuestra Mente, y que la imagen que vemos cuando nos
asomamos a ese agujero mágico, es la vida, nuestro día a día, lo que nos rodea…
¿Creéis
que nos hemos vuelto tan cómodos que el simple hecho de hacerlo girar apenas un
poquito nos parece un trabajo tan duro? O ¿Puede ser que, al igual que la gente
en el mercadillo, nos hemos acostumbrado a ciertas cosas, que no nos merece la
pena esforzarnos por cambiar nada?
Si
fuésemos capaces de engrasar esa gran maquinaria que habita en nuestro cerebro para
intentar cambiar la visión de las cosas, yo supongo que en muchas ocasiones nos
ayudaría a ver nuestros problemas desde diferentes perspectivas, e igual pasar
de los colores más oscuros, a, con un pequeño giro, la gama de los cálidos.
A
veces es muy complicado cambiar la situación, no siempre está en nuestras manos
la solución a un problema o a un conflicto. Pero sí que está en nuestras manos
el verlo con perspectivas diferentes.
¿Recordáis
cuando erais pequeños y paseabais en bicicleta? Seguro que alguna vez habéis
encontrado una gran piedra en el camino, y, si tus ojos no se apartaban de
ella, te era imposible rodearla, terminabas pasando por encima… Pues… si nos
empeñamos en fijar nuestra vista en un problema, sin ser capaces de ver más
allá, al final será lo único que veamos, y no seremos capaces de disfrutar del
paisaje.
¿Qué
os parece? ¿Os animáis a ser como niños y a dejaros sorprender por ese
caleidoscopio que todos llevamos dentro? Yo desde luego voy a intentarlo, no sé
si conseguiré mejorar en algo mi vida, pero al menos, los colores con los que
la mire, voy a procurar que serán diferentes cada día.